- AG
- 10 may 2020
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“—Toda criatura –dijo–, ya sea visible o invisible, es una luz, hija del padre de las luces. Este marfil, este ónix, pero también la piedra que nos rodea, son una luz, porque yo percibo que son buenos y bellos, que existen según sus propias reglas de proporción, que difieren en género y especie del resto de los géneros y especies, que están definidos por sus correspondientes números, que se ajustan a sus respectivos órdenes, que buscan los lugares que les son propios, de acuerdo con sus diferencias de gravedad. Y mejor se me revelan estas cosas cuanto más preciosa es la materia que contemplo, pues, si para remontarme a la sublimidad de la causa, cuya plenitud me es inaccesible, debo partir de la sublimidad del efecto, y si ya el estiércol y el insecto consiguen hablarme de la divina causalidad, ¡cuánto mejor lo harán efectos tan admirables como el oro y el diamante, cuánto mejor brillará en ellos la potencia creadora de Dios! Y entonces, cuando percibo en las piedras esas cosas superiores, mi alma llora conmovida de júbilo, y no por vanidad terrenal o por amor a las riquezas, sino por amor purísimo de la causa primera no causada.
—En verdad ésta es la más dulce de las teologías –dijo Guillermo con perfecta humildad.”
Quiero iniciar con este fragmento en “El nombre de la rosa” de Umberto Eco porque están presentes dos connotaciones sobre la luz en las que me gustaría hacer una pausa hoy. La luz como elemento que enriquece a los objetos y cómo su reflejo permite la clarividencia en el individuo, que en este contexto a través de Dios permite su manifestación en todo lo creado. Connotación como el sentido que adquiere una palabra en cierto contexto y que en conjunto con Rembrandt permite la justificación de este relato afectuoso.
Asociación con Rembrandt es la obra Filósofo en meditación, realizada en 1632. Para ponerlos en contexto, Rembrandt (1606-1669), nace y muere en los Países Bajos, sus escenas tanto bíblicas como cotidianas, se caracterizan por su carga simbólica pues era un hombre con basto conocimiento iconográfico, huía de la ostentación estética y de las reglas de aquel tiempo, por lo que, aunque cuestionado fue, sus obras marcaron el desempeño de muchos artistas en la época barroca más propiamente, el siglo de oro neerlandés.
Tenía una fascinación por los autorretratos, pintó más de cien y de acuerdo a la etapa de su vida fue proyectando en ellos cada una de sus experiencias y estados de ánimo, desde la juventud hasta su vejez, por lo que hay muchos estudios alrededor de su obra para el registro de su biografía.

Como se puede observar en este cuadro, Rembrandt ocupó la luz y la sombra para otorgar un orden a ciertos objetos y personajes, así mismo dar claridad y obscuridad no solo al espacio sino a la mente.
Te recomiendo para abstraer estos elementos, cierres los ojos y los abras repetidas veces, podrás detectar su configuración espacial, cuyo eje ordenador se dice está basado en el yin yan (símbolo del taoísmo) que expresa la dualidad presente en todas las cosas: La noche y el día, la oscuridad y la luz, la tierra y el cielo, lo femenino y lo masculino.
La curva que une este espacio dicotómico es la escalera, circulación vertical que conduce a un espacio desconocido y la cual delimita la presencia de sabiduría y penetración (izquierda) contra la pasividad y la absorción (derecha).
El hombre de la izquierda que recibe la luz a través de la ventana se encuentra en estado de meditación, de aprendizaje, el hombre de la derecha solo espera recibir, absorber pero en estado inmóvil. Es un modo para Rembrandt de transmitir la existencia del mal y del bien, para él alcanzar la sabiduría a través de la meditación, técnica que en común comparten religiones, no solo el budismo o el islamismo, si no el cristianismo e incluso el ateísmo, ésta cobra sentido en la descarga emocional del individuo a un solo ente, algunas prácticas se basan en la contemplación, otras en la respiración, el fin permite el fortalecimiento interior, por lo tanto aceptar y del mismo modo activar los hechos del presente. También quiero decir mi intención no es referir a prácticas espirituales ni religosas por lo que no pretendo manifestar ideas erróneas, ni herir o ignorar el conocimiento que ya existe sobre el tema.
Mi afecto se encamina a las innumerables atmósferas que genera la luz y cómo esta se va engarzando con las dimensiones físicas para crear tantas tonalidades como estados de ánimo. Un estímulo, una ilusión.

Para cerrar quiero recrdarte que la luz y el vino no son amigos, la luz oxida el vino con mayor velocidad, es por eso que la primera recomendación para construir una cava es que tenga muy poca luz; como puedes darte cuenta la mayoría de los tintos son embotellados en recipientes de vidrio obscuro, algo que no pasa con los blancos y rosados por lo que son mucho más susceptibles, debes tener mucho cuidado con su elección.
Cuando compres botellas de vino en el supermercado o boutiques gastronómicas ( donde suelen ser más cuidadosos con los productos) por favor, elige la botella que menos contacto tenga con la luz (yo siempre elijo las del fondo) para que no resulte pasado y su apertura, efectivamente sea motivo de fiesta.
El único momento en el que se requiere luz es cuando te lo vas a beber, tan necesaria para apreciar su color y densidad, recomiendo una superficie blanca de fondo para que distingas su intensidad, densidad, transparencia, opacidad y sedimentos. El otro día en Oaxaca en íntima terraza, tomé un vino blanco, Chardonnay, del Valle de Guadalupe, delicioso pero que a la vista me pareció tenía muchos sedimentos, era difícil apreciar su calidad porque no tenía una superficie clara, todo se sintetizaba en cielo, madera y el templo de Santo Domingo al fondo, sin embargo la nariz me ayudó a confirmar que estaba en perfectas condiciones, ligado a esto me explicaron que el método de clarificación atiende a un proceso artesanal lo que le concede esa singular opacidad.
Hoy propongo un vino tinto de la región de Ribera del Duero, una de mis regiones consentidas, si me lees con regularidad puede que te preguntes ¿cuál no?, la diferencia con esta es que el cariño fue heredado por mi padre, de estructura potente, es el que su paladar más disfruta, por lo tanto, he apreciado desde edad temprana las bondades de esta región, que a 800 metros del nivel de mar e influenciada por el Río del Duoro comparte con el mundo espectaculares uvas que poseen gran intensidad de color y taninos cuyas pieles cobran posterior fuerza en el proceso de elaboración.
Así que, si de filosofar y meditar se trata, te sugiero este vinazo, cuya cosecha es recolectada a mano y su crianza ha permanecido 12 meses en barrica de roble francés y americano: Pago de Carraovejas (2017), mezcla conformada por 94% tempranillo, el resto Cabernet Savignon y Merlot. Vale la pena trasvasar o airear, es decir cambiar de recipiente, si no tienes uno específico para el vino, una jarra de vidrio es suficiente para que se oxigene y disfrutes efectivamente la volatilidad de sus aromas.

A la vista, verás un color rojo que recuerda la cereza negra con ribetes púrpuras, también una densidad alta que refleja el contenido alto de alcohol, casi los 15 grados. Para la nariz será una gran travesía, su paleta de aromas de intensidad alta va desde las frutas maduras como las moras azules, zarzamoras, capulín, se detiene en un punzante frescor que eleva la conciencia a identificar bálsamos como el eucalipto y llega a destino seguro con las notas que desprende la madera como la mantequilla derretida en sartén de hierro y especias como el clavo y anís estrella.
Ya en boca es consumada la victoria, además de elegante, es armónico y persistente, confirmarás en el retrogusto sensaciones complejas y delicadas del esfuerzo y trabajo de una comunidad que cada año con paciencia entregan en una botella. Vale la pena anotar: “Quien tiene paciencia, obtendrá lo que desea” por Benjamin Franklin, más pretextos para decir, ¡Salud!