La obsesión por los aromas
- AG
- 3 may 2020
- 6 Min. de lectura

“Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.” Este fragmento en En busca del tiempo perdido (Marcel Proust,1927) exalta el poder de un aroma que con mesura o fuerza puede transportar de inmediato a otro lugar, otro tiempo.
El olfato como el más primitivo de los sentidos, ha sido desplazado por la vista, aunque los ojos son necesarios para la movilidad por el mundo y su reconocimiento, la nariz acepta o rechaza un ambiente, un alimento, una persona. Sí, algo sumamente romántico, es lo que sucede en la química del amor, cada individuo tiene sus propios receptores olfativos que provocan una diferenciación en el reconocimiento de aromas, en este caso el de las feromonas, en consecuencia, la pasión y el deseo.
Juhani Pallasma plantea que el estado de los sentidos ha sido atrofiado por un sesgo de la cultura occidental basada en cánones que solo atienden a la visión, por lo que muchas veces no se busca que el contacto espacial desencadene una experiencia conmovedora, pues se ha olvidado que el vínculo entre la escena física y el imaginario es el sentido del tacto y el olfato, como la poesía que nutre el alma de las estructuras físicas. Tocar y oler confiere profundidad y relación entre lo más lejano y cercano.
Las percepciones sensoriales están influenciadas por la cultura, éstas a su vez por la situación geográfica en la que se encuentra. Diversidad de aromas en la montaña, en el desierto, el nivel del mar, la selva. El ser humano está diseñado para percibir más de 10 mil aromas, pero efectivamente, ¿cuántos percibimos en una vida? Respiramos conjuntos de ellos pero sin aislarlos ni cuestionarlos. En mi caso particular, estudiar sobre el mundo del vino, me ha permitido adentrarme y trabajar en aquel discernimiento, que personalmente encuentro muy divertido.
¿Qué es un aroma y cómo lo percibimos?
El aroma es un estímulo que se percibe a través de la nariz, como efecto de la interacción de sus sustancias orgánicas y la volatilidad de la sustancia que lo emite, ¿por qué volatilidad? Porque para que se desprendan estas moléculas es necesario estén en estado gaseoso en efecto que su contacto con los receptores olfativos sea instantáneo.
La percepción del olfato se puede describir a través de tres consideraciones: Intensidad refiere a que tan baja o alta es, descripción cualitativa corresponde a qué paleta de aromas se asocia, por ejemplo, a la de las frutas, amarillas, cítricos, etc., y apreciación del aroma, qué tan agradable o desagradable es.
El afecto por los aromas se ha ido fortaleciendo a lo largo de mi vida desde que era pequeña debido a que mi familia siempre le ha otorgado un lugar especial a las prácticas de comunión en torno a la mesa como a la preparación de los alimentos: la hora del desayuno, la comida, la cena, el cafecito, que desencadenan, como los ritos, una serie de historias que se superponen y postergan hasta ese momento especial que se reduce en compartir.
Por lo que el fenómeno sinestésico es algo repetitivo en el camino que sigo recorriendo, la sinestesia es la atribución de una sensación a un sentido que no le corresponde, este sentido responde a la estimulación de otro: Ver colores y escuchar intensidad de sonidos, por ejemplo, Kandinsky, se refería al blanco como un silencio o pausa musical en De lo espiritual en el arte.
Algunas obras han generado en mí esta misma asociación, en la que sus motivos visuales configuran una unidad tal que me parece despiden un conjunto de aromas.
Interior con jarrón etrusco (Matisse, 1940)
Henry Matisse (1869-1954) Pintor francés, estudió derecho aunque después de caer enfermo en su periodo de recuperación su madre le regala un equipo artístico, suficiente para descubrir su vocación, “una especie de paraíso”, dijo, decisión con la cual desilusionó a su padre.
Su singular desempeño, lo categorizó dentro del Fauvismo, corriente cuya asignación deriva del vocablo fauves, fieras. Este nombre proviene de la expresión hecha por el crítico Louis Vauxcelles (1905) al comparar sus obras con dos bustos del escultor y fabricante de muñecas Albert Marque: “¡Donatello entre las fieras!”. Los fauves trajeron luz a la estática escultura tradicional con la subversiva y alegórica combinación de color.
Les presento esta obra que en lo personal su conjunto me evoca el aroma del zacate o té limón. Expresivo espacio cuyos tonos vibrantes en su mayoría verde y naranja es posible remitan a esta paleta aromática, la de los cítricos: la lima, el limoncello, la toronja, frutos que parecen reposar sobre la mesa de roble cuyo acabado en tono claro y obscuro al igual que el jarrón etrusco transforman la composición restando importancia a los elementos vegetales. Sublime la manifestación de alegría consumada en esta obra que fue pintada durante los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial.
"Siempre intenté, ocultar mis propios esfuerzos y deseé que mis obras tuvieran la ligereza y la alegría de la primavera". (Matisse)
El Alma de la rosa (Waterhouse, 1908)

De nacionalidad británica, William Waterhouse (1849-1971) nace en Italia por lo que de cariño le decían Nino. Contrae matrimonio con la pintora Esther Kenworthy, sin embargo su musa, la protagonista de muchas de sus obras, fue Muriel Foster, con el oficio de enfermera, desde los 15 años de edad comenzó a posar para el artista.
La temática de su obra giraba en torno a la literatura, esta obra es la representación gráfica de “Ven al Jardín, Maud “ del autor Alfred Tennyson, narra una tragedia romántica. Aquí un fragmento:
Come into the garden, Maud, For the black bat, Night, has flown, Come into the garden, Maud, I am here at the gate alone; And the woodbine spices are wafted abroad, And the musk of the roses blown (...)
Pretexto de un poema, que concedió al artista los elementos para la elaboración de esta obra. La cálida paleta de color entre naranja y café se reconocen como una nube rosácea que evoca la tonalidad del verano y al mismo tiempo la efusión del polen y su néctar diluido en el aire, que remite a la imagen de una rosa en un jardín cuya esencia en conjunto con otras compañeras provocan la suficiente intensidad para crear una matriz de vapores que relaja y transporta una tipología de espacio más: los invernaderos.
Rosas (Dunlop, 1880)

Pintor inglés que nace en una familia de artistas, (1835-1921) se le atribuye también la publicación de tres libros, por lo tanto, su gusto por la literatura. Vivía cerca del río Támesis, tal vez el encanto de su obra radique en la espontaneidad y el contacto de la figura femenina con la naturaleza, como sucede en este cuadro, cuyo protagonismo cobra sentido en la cristalización del acto que manifiesta el olfato y la naturaleza muerta.
Se detecta la diferencia entre esta fragancia y la de Waterhouse, aunque ambas escenas transmiten el bálsamo floral, en las que han sido cortadas su cualidad es parecida al del algodón de azúcar, su intensidad es mayor y sus vibraciones mucho más estáticas, mientras que a diferencia de la flor fresca, la fragancia es mucho más dinámica que como ente vivo requiere intercambio de oxígeno.
Niña con patos (Stevens, 1881)

Alfred Stevens (1823-1906), nace en Bruselas, hereda el gusto por la pintura de su padre. Estudia en Italia y su práctica deriva de un estudio exhaustivo a las obras maestras de emblemáticos antecesores. Debido a su capacidad de observación y su ejecución detallista, fue contratado por traficantes para copiar obras, a los que no se negó por su necesidad de cubrir gastos.
Este cuadro plasma una escena que se ha considerado impresionista por el movimiento del pasto y en general de la vegetación, composición que desprende notas a pasto recién cortado, el escenario transpira húmedad, aroma a tierra mojada, que algunas moliendas de café expulsan al contacto con el agua.

Vinos que desprenden notas florales hay, así como herbales, pero hoy les quiero presentar uno que sintetiza los aromas que he estado describiendo a lo largo de este relato. A la vez que meloso y floral, presenta forrajes verdes que le aportan frescura como se percibe a Matisse.
Petrea, de la región de Penedés, pertenece a nuestra querida zona de Cataluña. Es un vino blanco hecho a base de uva Chardonnay con una crianza en barrica de roble húngaro que le transmite complejidad, no por todos apreciada en los blancos.
De color amarillo dorado, limpio y brillante, en la superficie de una copa como efecto glicérico, dibuja lágrimas densas. En nariz, hierbas frescas y frutos secos tostados con fondo avainillado con mantequilla que desprende la madera.
A medida que se va abriendo, la explosión se hace más intensa y la fruta renace en conjunción con las flores blancas, mi favorita la fragancia del jazmín. En el paladar, una celebración: Entrada redonda y untuosa. El retrogusto tiene una acidez armónica que dota de perspicacia el vino. Acidez equilibrada que dota de acento un solo sorbo con el que estoy segura un par de sentimientos quedarán grabados en tu memoria, para después traerlos al presente con la asociación de una imagen y un aroma, otro pretexto para no salir de casa.
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