top of page

¿A qué sabe el color verde?

  • AG
  • 12 jul 2020
  • 4 Min. de lectura

Biala, 1986

El color verde es la mezcla del amarillo y el azul, depende de las cantidades añadidas de cada uno para percibir una tonalidad más clara o más obscura. Basta cerrar los ojos para imaginar el relato del verde: Un campo, un bosque, una playa, incluso un desierto podrá ser testigo de la germinación de una semilla.

El verde por sí solo es fresco, recuerda a la hierba que pisamos descalzos, contacto crispeante que salpica gotitas de agua invisibles a nuestros ojos de los que nuestros pies son espectadores. El verde es un color que tiene mucha agua y luz, de ahí que la clorofila haya regalado a la vista tan vibrante tonalidad que donde gotea, abraza.


El verde es ácido porque rememora a los cítricos, la acidez es verde y se convierte punzada que envuelve lengua y paladar enérgicamente para motivar al más primitivo deseo. El sabor del verde está en constante movimiento, es también amargo. Las bondades de amargura provienen de masticar una hoja fresca, hasta que los dientes rechinan y conducen a esa nota, que no siempre representa aflicción: El amargo actúa como decantador de sueños ante las múltiples y aburridas posibilidades.


A su vez, el verde es dicotómico, aunque hay mucha perspicacia en su carácter organoléptico, manifiesta inocuidad y esperanza al conectar con el inconsciente colectivo de los individuos, el más profundo de la esencia humana con su orígen, lo que le confiere tranquilidad y calma. Kandisky, al asociar los colores con los sonidos, dotó al verde de tonalidades tranquilas y profundas como las que emite el violín.

En realidad, el afecto de hoy solo relata mi percepción en torno al verde y cómo conecto mis sentidos cada vez que lo veo, aunque no lo toque, lo huela o lo coma, las asociaciones olfativas y gustativas son particulares para el verde así como para otros.

Últimamente, me lo encuentro repetidas veces, lo identifico y aíslo de obras con las que he convivido, como escenas de películas, libros, fotos o pinturas que más me gustan. Por eso hoy quiero compartirles otra de mis obras favoritas cuyo foco, al menos para mí está presente en el verde de una alcachofa.


La obra de Janice Biala (1903-2000), data de 1986, corresponde a la corriente del expresionismo abstracto, como su nombre lo indica, Black still life with artichokes, es una configuración que reinterpreta la posición del verde dentro de un lienzo que carece de color, obscuro con acentos de luz provenientes de objetos porcelánicos que parecen revestirse de la vibración que despide el verde de una alcachofa.


A Janice le gustaba pintar espacios privados, como ejemplo esta cocina, también disfrutaba de comer productos cultivados en su propio jardín, por lo que su arte se nutre de una selección muy singular de contornos, formas y colores. Fue gran amiga de Pablo Picasso y Henri Matisse.


Algo más que me parece importante para entender la armonía de color de Biala es que para ella, al igual que un escritor debe estar conforme con cada palabra o frase de su novela, el pintor, debe conectar cada punto con otros más del cuadro, dado que el rojo o verde o cualquier color que aplicara solo sería evidente mientras existan a su lado las condiciones idóneas de enaltecimiento.


De particular sabor y baja intensidad aromática, la alcachofa es el verde que edifica un mundo de amargura en el que una y otra vez suplicaría estar para perder mis sentidos en la peculiaridad de su textura, de jugosa fibra empapa, su sabor amargo es sútil tamiz que refina el aroma herbal desprendido de la hoja gruesa y carnosa, cual plasmada por Biala en verde de fantasía, este vegetal cobra vida en verde olivo cuya lumimosidad es menor.


El maridaje verde que hoy comparto es un vino del mismo nombre: Vinho Verde de Portugal. Es una denominación de origen que se encuentra en la región Noroeste de Portugal, son vinos jóvenes, frescos y ligeros que responden a un clima muy húmedo, de muchas precipitaciones y sol que en conjunto con las cepas autóctonas les confieren aromas singulares en los que encontrarás efervescencia y baja graduación alcohólica.






Si quieres probar un vino verde cuya relación producto precio sea razonable y te deje satisfecho, te recomiendo Casal García 2014. De la región de Minho, es un blend de uvas Trajadura, Loureiro, Arinto, Azal.

En vista observarás una intensidad de color muy baja, tonalidades de verde claro cuyos intensos brillos serán ribetes plateados. En nariz, encontrarás las notas del verde que describí,  verde fresco que proviene de la hierba recién regada, verde ácido de cítricos como la lima y el limón. En boca confirmarás la juventud de las vides, su armónica acidez y frutalidad, el toque efervescente te sorprenderá y jamás querrás soltarlo, se convertirá en un favorito por las temperaturas que deja el verano, que invita a degustar vinos entre 8° y 10° centígrados. ¿El maridaje? Una alcachofa,  un sashimi, unos pepinos con sal y limón, la lista se vuelve interminable, la premisa será que el plato sea lo suficientemente fresco para enamorarse del verde.


¿A qué sabe tu color favorito?

 
 
 

Comments


© 2020 by Sobre los afectos. 

bottom of page