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Las termas (1/3)

  • AG
  • 17 may 2020
  • 4 Min. de lectura

The Nakamanjiro public bath (Utagawa, 1869)

Hace un par de semanas un fragmento de Nasume Soseki, en su libro Soy un gato, robó mi atención. Para situarlos en un contexto de manera breve, es una crítica al fenómeno de occidentalización que influyó fuertemente la cultura de oriente hacia el año 1907, periodo de la dinastía Meiji, a través del ojo y la voz de un gato que relata la vida de una familia japonesa y sus circunstancias. El pasaje que cobra importancia es el que gira entorno al vocablo Osen, aguas termales de origen volcánico en Japón. Este es el primer escrito de tres cuyo tema principal es las termas y el cuerpo, sobre los que estaré reflexionando en las próximas dos semanas.


La relación primera está en el espacio físico y la fragilidad del cuerpo desnudo, Soseki describe la ingravidez del agua en sus distintos estados físicos, vapor y humedad se entrelazan en las dimensiones de un espacio para condensarse y prenderse de los cuerpos que desprovistos del vestido, asumen su verdadero valor. Las telas como ropajes se imponen, la moda como recurso inseparable de la Historia concede mayor valor a los objetos que al propio cuerpo, que confiere el sentido de su existencia.


En estos ambientes en los que se rinde culto al cuerpo, es donde cada individuo deja de ser reconocido por aquello que cubre su verdadera y singular belleza, para ser uno más dentro de la masa, indefenso, expuesto, se mimetiza con otros sin hallar motivo para el reconocimiento, perdido tras una gran cortina de agua desdibuja la presencia de un espectáculo, que es él.


"El vestido es fundamental en la vida humana. De hecho, es tan trascendental que me pregunto qué fue antes, si el hombre o su atuendo. En ocasiones se tiene la impresión de que la historia de la humanidad no es la de su carne, la de sus huesos o la de su sangre, sino la de su indumentaria (...) Llegado a este punto, considero que todo ese interés por inventar vestimentas nuevas no es producto ni de la necesidad ni de la casualidad. Es la consecuencia lógica de un afán muy humano por sobresalir y destacar por encima de los demás. Es como, si al ponerse tal o cual prenda, el que la vistiese quisiera decir: «Yo no soy como vosotros». De esta realidad se puede deducir la siguiente verdad universal: igual que la naturaleza rechaza el vacío, del mismo modo «los hombres aborrecen la igualdad»" (Soseki, 1907)

He ilustrado estas notas con el retablo The Nakamanjiro public bath, de Kunisada Utagawa, (1869) pues me parece da orden a las dimensiones referidas por Soseki, escenas con paisajes que se incorporan entre encuadres y pasillos, texturas que irrumpen la mirada pero que la integran en recorridos, tanto que pueden ser acariciadas aun tibias, y aromas que prolongan en la memoria la imagen de una naturaleza ubicada en un tiempo y espacio determinado. Al fondo, un gato…


¿Puede reconocerse el gesto espontáneo y sencillo de la escritura en la manifestación de líneas que dibujan y definen la expresión de los cuerpos?

The Nakamanjiro public bath (1/3)

“Entré en el onsen a hurtadillas, y observé. A mi izquierda había una montaña de astillas de madera de pino y, al lado, un montículo de carbón mineral. ¿Por qué las astillas de pino se amontonaban en forma de montaña y el carbón en forma de montículo? (…) Continué con mi exploración y me metí por un pasillo que desembocaba en una puerta entreabierta. Reinaba un silencio maravilloso, pero, en cambio, en el lado opuesto del pasillo se oía una cháchara bastante desagradable. Ése debía de ser el famoso onsen del que tanto hablaban los humanos. Así que me aventuré por el valle que se abría entre la montaña y el montículo, y giré a la izquierda. A mano derecha había una ventana de la que colgaban unos cubos de madera que conformaban una especie de pirámide. De un poco más allá sobresalía una tabla de madera de varios metros de largo, cuya única finalidad parecía ser la de servirme de trampolín para entrar en el recinto. Estaba más o menos a un metro de altura, y brincar hasta allí no me supuso ninguna dificultad. Me encaramé a la tabla y bajo mis ojos apareció un inmenso tanque lleno de agua” (Soseki, 1907)

The Nakamanjiro public bath (2/3)

“Por supuesto, puedo decir que aquella era una sala de baño. Tendría unos dos metros de ancho por tres de largo, y estaba dividida en dos secciones, cada una de las cuales tenía el mismo tamaño que la otra. En una parte había una gran pila de agua de color blanquecino, de la que se decía que tenía supuestas propiedades medicinales, aunque a mí su color más bien me sugería que se trataba de agua sucia, grasienta o incluso diría que putrefacta. Su blancura no sé a qué obedecía, pues, según escuché, su contenido completo se cambiaba una vez por semana. Enfrente de esta piscina había otra que contenía agua caliente sin más. Ésta tampoco destacaba especialmente por su transparencia y claridad. De hecho, más bien parecía un tanque lleno de agua de lluvia, y su color, turbio y repulsivo, llevaba a pensar que hubiera estado expuesta a los elementos durante meses en plena vía pública, a la vista de todos los transeúntes” (Soseki, 1907)

The Nakamanjiro public bath (3/3)

 
 
 

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